La gratitud y el otro lado del horizonte educativo - 02

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Además, al dar o al recibirlas, nos adornamos con esas cualidades que subrayan el garbo y la proeza, la lindura externa y la nobleza íntima, el pan del trabajo cotidiano, el regalo natural del sol socialista que por igual distribuye su oro matutino, equinoccial y vespertino, en fin, al dar gracias o al recibirlas de Dios o de la naturaleza o de la comunidad, nos bendicen el esplendor, la fuerza y el regocijo de las tres diosas de la gratitud.

Aquí, esta tarde de diciembre, en una especie de microcosmos nos hemos reunido células de las diversas áreas de las Ciencias y las Artes, cuya imbricación subraya esta vocación de libertad del espíritu sin fronteras, pues… ¿quién es capaz de no admirar la poesía que fluye de la física cuántica? Y, a la vez, ¡cuánta matemática y cuánta arquitectura en los versos de Jorge Luis Borges!

De allí la grandeza anticipadora de don Rodrigo Facio y de la pléyade de 1957, cuya inteligencia y voluntad sembraron los Estudios Generales en el campus y en las almas, para que nosotros y nosotras, fieles a ese legado de futuro, sigamos cultivándolo y matizándolo, esta vez, a comienzos del siglo XXI, con la tecnología y sus ceremonias.

Para extrapolar a Thomas Berry en los finales párrafos de “La historia del universo”, el ser ecológico o el ser humanista nos permite no depender de la tecnología, sin renunciar a ella.

De allí que podamos releer la parábola mitológica de las Tres Gracias, a la manera de una rima de tres diosas destinadas a presidir toda ocasión de encanto y felicidad:

La primera, Aglaya es el esplendor y la melodía.

La segunda, Eufrósine es la fuerza y la armonía.

La tercera, Talía o el regocijo, es el ritmo de la felicidad.

Melodía, armonía, ritmo indispensables en la música y en la matemática de Pitágoras y su noble estirpe.

En resumen, el poder de las Tres Gracias aún cubre la dicha de vivir.

De allí que en el plano coloquial del idioma, en Costa Rica, es frecuente escuchar cuando se le pregunta a alguien, “- ¿Cómo estás?”, “- Bien, por dicha”, es la respuesta que el ingenio plural ha convertido en metáfora: “¡Pura vida!”

Por eso la palabra “gracias”, más que una fría fórmula social, es el hilo inicial de una red de connotaciones que se van enriqueciendo de significación con cada nueva experiencia hasta desembocar en el infinito.

Si sumamos nuestras edades, es posible que lleguemos a cifras increíbles.

“¿Qué daño el de los años, pasión de mis veinte años!”, escribe el costarricense Max Jiménez.

Pero, los años dedicados al aula además de quedar enredados en nuestros rostros, al son de la sabiduría popular, nos dan una idea del proceso pedagógico y su producto educativo, de tal modo que por medio de ellos, construimos, para compartir, un modelo del mundo y un sentido de la convivencia.

Luego de tantos lustros de faena, aunque no seamos especialistas, con seguridad tenemos alguna idea de la educación filtrada por experiencias propias, lecturas, pláticas, reflexiones que, para los efectos de esta intervención, yo la resumo en ese movimiento del ánimo que va de la impresión a la expresión y del conocimiento al compromiso.

Con estos antecedentes, me honra agradecer a las autoridades y a la comunidad que conforman nuestra Universidad de Costa Rica, primero, en nombre de los y las docentes que se acogen al necesario y bien ganado retiro de la lid cotidiana.

Segundo, agradezco en nombre de los colegas y las colegas que reciben el reconocimiento de su inagotable afán académico cristalizado en la máxima categoría de catedráticos y catedráticas.

Tercero, agradezco en nombre de los colegas acreedores a la constancia de su emeritazgo, y a las diversas Asambleas de las Escuelas que promovieron nuestros nombres.

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