Estampa "OCHO": El aula de teatro, el Festival de Manizales y el grupo Tierranegra (1973)

Ruta: Teatro: Casi memorias de un espectador de teatro en CR

Resonancia del movimiento contestatario estudiantil de París (Francia) y de Tlatelolco (México, D.F.), ambos en 1968, o por coincidencia talvez, la juventud de Costa Rica empezó a vivir un clima progresivo de preocupación por el país, afán que se coronó, en 1970, con la rebelión contra “Alcoa”, transnacional cuyo proyecto de explotación del aluminio fue rechazado por las fuerzas progresistas que lo consideraron rapaz y atentatorio contra la soberanía y la economía de Costa Rica.

Vale la pena subrayar que de ese 1968 datan tres escuelas de la Universidad de Costa Rica (UCR): la de Artes Dramáticas, la de Ciencias de la Comunicación Colectiva que empezó nombrándose Escuela de Periodismo, y la de Ciencias Políticas.

El 24 de abril de 1970, (y así, por iniciativa del estudiantado se llama un espacio del campus “Rodrigo Facio” de la UCR), el pueblo se manifestó con una marcha multitudinaria que culminó frente a la Asamblea Legislativa, en San José, de tal magnitud, que la casta político-electoral se vio obligada a archivar el proyecto de marras.

Esta onda expansiva de energía libertaria cubrió nuestras universidades de 1970 a 1982, incluyendo el beligerante Congreso Universitario de 1974.

Dentro de este contexto apenas bosquejado es que debo referirme a ese punto de giro que constituyó, dentro de la Universidad de Costa Rica, nuestra "Aula de Teatro" (el Aula 10 del entonces edificio de Ciencias y Letras, hoy, Estudios Generales) en donde Stoyan representó mi "Función para butacas" inmediatamente antes de concurrir a ese Festival de Manizales de 1973, a cuyo retorno, bajo la inspiración de Luis Carlos Vázquez,, jóvenes que habían dado vida a mi obrita, al retornar, e inmediatamente después del festival, con una estética y una ideología depuradas, fundaron "Tierranegra", emblemático equipo costarricense, que nos asomó, con "La invasión", a una radicalidad inédita y a una belleza diferente.

De previo, debo mencionar nuestra "Acción Cultural Universitaria" y nuestro "Teatro de Estudios Generales" (ACU / TEG / UCR, 1972-1974), instancias que coordiné a la orden del maestro Isaac Felipe Azofeifa y de los doctores Chéster Zelaya y Shermann Thomas, tres voces universitarias abiertas al tiempo de las innovaciones en la pedagogía del arte. Y con el auspicio de una mínima partida específica que giró la diputada Teresa Zavaletta (1970-1974) a la Universidad de Costa Rica para ser aplicada a actividades artísticas que carecían de un renglón presupuestario específico y que la Facultad de Ciencias y Letras y el Departamento de Estudios Generales hubiesen considerado útiles para fomentar el espíritu creativo y crítico de alumnas y alumnos, sin excluir al profesorado respectivo.

También, en este apoyo para la producción se hermanaron las dos obras mencionadas.

En esa etapa del "Aula" se experimentó incluso con la hora y el local (por ejemplo, en el caso de "Función para butacas", ejercicio de extrateatro de mi autoría, durante unos dos o tres meses se trabajó a las diez de la noche cuando la universidad cerraba su jornada dejándonos libre la oficina que operaba así de día, a la que convertíamos de noche y de inmediato en escenario, gracias a unos cuarenta mini-asientos reforzaditos que tomamos de la exhibición de "Las sillas" de Ionesco y, gracias asimismo a un rudimentario apoyo de luz y sonido). Luego había que volver a dejar ese espacio en condición de oficina. Y, así, jornada tras jornada.

La línea que separaba por un lado, a actores y actrices, y por otro, al público, estaba trazada y sostenida con los zapatos de ellas y de ellos.

Se aprovechó la versatilidad de una escalera de tramoya abierta en "A" a manera de altar, y las texturas de telas y sombreros de cuyo uso, primero como ejercicios, y luego, codificándolos, surgió la puesta en escena de Vladich.

Para coronar el desenfado, se declaró inaceptable el aplauso burgués razón por la cual, actores y actrices invadían el lugar de la "platea" empujando a espectadores y espectadoras hacia la salida, bajo la presión de envases de aerosol que contenían un imaginario líquido fumigador que dizque se aplicaba a los asientos recién desocupados o a las posaderas de las personas que nos habían visitado, mientras, a las preguntas de quienes no sabían que hacer se les contestaba con cualquier fragmento de la obra recién concluida a la vez que se les iba empujando hacia la salida, expulsándolos. Así concluía "Función para butacas".

En una ocasión, me contaron (yo no estuve allí), me parece que fue en un auditorio vecino, actrices y actores maquillados y demás, huyeron por el campus dejando encerrado al público broma demasiado pesada y peligrosíaima, aunque sé que regraron a los pocos miuntos para abrir las puertas y enfrentar a gente enardecida con razón, lo que motivó, luego, entre nosotros una reflexión acerca de la verosimilitud, la verdad y el mito, saltando en caída libre desde la "mímesis" aristotélica hasta el "doble" artaudiano.

En Manizales el grupo hizo crisis en el sentido de que al enfrentar, junto al aplauso, el cuestionamiento de un público latinoamericano cuyo nivel de exigencia en cuestiones estéticas y políticas no rimaba con el supuesto mensaje anarquizante de "Función para butacas", llevó al conjunto y a sus integrantes a un cambio súbito en la dirección de su faena culminando ese momento decisivo con una toma de conciencia social que, de ningún modo, desmereciese el pulso estilístico con el cual tendría que formularse el mensaje de dicha toma de conciencia.

Según mis recuerdos, "La invasión" (1973) trabajó unos siete meses, original experiencia que se fue profundizando con "A ras del suelo", "La huelga", "La orgía" y otros títulos hoy epónimos. Por su importancia, dejo pendiente la redacción de este punto para tener tiempo de ordenar recuerdos y datos y, con esos insumos, y con la ayuda de Eugenia Chaverri, Álvaro Marenco con quienes me veo a menudo, y con tu ayuda, dedicarle una descripción más detallada a la primera obra de "Tierranegra".

Coincido con la declaración de Luis Carlos Vásquez en el sentido de que entonces se confiaba más en la posibilidad expresiva del cuerpo que en la posibilidad expresiva del texto. O mejor, sin la expresividad del cuerpo no tenía ni asidero ni sentido, el texto. Se experimentó con el local y la hora, pero, sobre todo, como lo dices muy bien en la información de Melvin, se experimentó con la metodología, la disciplina actoral y el lenguaje de las tablas.

Con esta proa firmo la estampa número 8 de mis “Desmemorias…” cuyo título completo es: El Festival de Manizales (Colombia, 1973), entre "Función para butacas" del Aula de Teatro y "La invasión" de Tierranegra (Costa Rica, 1973).