Antigua Guatemala gentil

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Sergio Román Armendáriz | Jueves 25 de mayo de 1989
Periódico La Nación, San José, Costa Rica, A.C.

Junto a un volcán de agua, las horas permanecen suspendidas alrededor de un río pensativo.
Flor tras flor, el pueblo construyó este esplendor inmóvil, este original patrimonio de la humanidad.

Ajedrez de balcones que esperan serenatas, geometría de calles que reclaman procesiones, encaje de monumentos que murmuran ausencias, todo en Antigua Guatemala se integra con ternura a la gente y al paisaje.

Más que retórica del turismo, la conservación de esta breve y bellísima ciudad casi perfecta significa proyectar nuestra cultura hacia el futuro, compromiso que rebasa las fronteras domésticas para estimular la responsabilidad de la nación latinoamericana.

Pedro de Alvarado el conquistador y su esposa castellana doña Beatriz la sin ventura y Xicotecatl la indígena de los senos afortunados, dibujan el triángulo de una pasión tan transparente que el polvo de sus huesos centenarios se confunde y fructifica todavía en nuestro mestizaje creador.

En la penumbra de su hogar de soldado, diagonal al edificio que ocupó la ancestral Universidad de San Carlos, Bernal Díaz del Castillo continúa puliendo las piedras preciosas de su verdadera crónica acerca de la Nueva España.

(Al amparo de una copa de licor del lugar, intentamos descifrar la fascinación que nos rodea.)

Sentimos entonces que la historia que hemos leído o soñado y la que crece oculta al otro lado de la versión oficial, se reúnen y claman en los campanarios que aún siguen convocándonos a esponsales, bautizos, funerales y demás oficios de la muerte y la vida.

(Los cubitos de hielo juegan y se golpean golosos contra el cristal de la copa.)

Un joven que se esconde bajo una máscara se acerca y solicita, con actitud teatral, una contribución para la virgen cuya fiesta se celebrará en diciembre.

"Pero estamos apenas en marzo" -le decimos-. "Eso no importa..." -contesta en tono de secreto-"...porque febrero comenzó el próximo viernes". Esta deliciosa agresión a la lógica nos desarma mientras dejamos caer un quetzal en la alcancía del muchacho, quien se aleja con una pirueta de travieso agradecimiento.

Levantamos la mirada hacia el volcán laborioso y lo adivinamos cubierto de claridad o de sombra, dispuesto a ser la señal de la paz o la guerra, igual que en las leyendas del maestro Miguel Ángel Asturias.

Desciende el atardecer sobre la capital clásica de Centroamérica, corazón del reino desde 1543 hasta 1773, joya urbanística que inspira serenidad y sutileza a los siglos y a las generaciones.

Antigua, por su linaje y por su gracia, merece la corona y la sede del parlamento regional.

El Palacio de los Capitanes Generales resplandece y navega en la noche romántica.

Arquitectura y saudade seducen y embriagan a nuestro corazón.