Réquiem y fe por el Regis

Ruta: Periodismo: Lista de 67 artículos publicados en la Página 15

Sergio Román Armendáriz

Sergio Román Armendáriz | Jueves 23 de enero de 1986
Periódico La Nación, San José, Costa Rica, A.C.

Los dioses del agua crearon Tenochtitlán, ciudad maravillosa que encegueció de asombro al primer conquista­dor español que se aventuró por sus riberas.

Sobre sus pirámides surgieron los claustros virreinales, los palacios del porfiriato y las tempestades de la revolución.

Al igual que muchas parejas latinoamericanas, Susana y Santiago decidieron pasar su luna de miel en México para darle a su unión ese matiz de las ceremonias cotidianas; adquirir curiosidades en los mercados de Lagunilla, comulgar en la iglesia de la virgen de Guadalupe, navegar en los canales de Xochimilco, visitar Acolman y Chapultepec y, en fin, aproximarse a la gracia de las acciones sencillas.

Se hospedaron en el Regis, local que - por su cortesía y por su ubicación en la avenida Juárez del Distrito Federal - cultivó fama en la memoria de sucesivas generaciones.

Esa tarde, en uno de los bares del establecimiento, saborearon el tequila en forma de margaritas y los antojitos aderezados con salsas de colores. En el bazar, se deleitaron con la textura de un sarape y con el olor de un "Llano en llamas" encuadernado en piel y oro. La emoción de un intenso "Paseo por el amor y por la muerte" los cautivó en la penumbra del cinematógrafo del sótano. Danzaron, en una pista intima, las melodías de Agustín Lara que bordaba el piano del maestro Salinas. En la madrugada des­cubrieron, en la plaza Garibaldi, el refugio de los mismísimos mariachis.

Al regresar, el taxi los dejó en la Alameda central, en donde corrieron descalzos encima del zacate, mientras una torre cerca­na marcaba las siete de la mañana de ese jueves de setiembre.

(Los detuvo el sonido del silencio.)

(La respiración de la tierra fue haciéndose perceptible y creciente.)

(El terremoto, un elástico movimiento oscilatorio y trepidante, asaltó por sorpresa las calles y los hogares aún dormidos y afectó algunos puntos de la urbe gigantesca.)

A ciento cincuenta metros de distancia observaron cómo se iban desmoronando los pisos superiores del hotel hasta que la al­fombra del corredor principal quedó flotando apenas suspendida en un tejido de polvo y escombros en ese espacio que antes ocu­paba el edificio y sus encantos.

Durante los días que siguieron, Susana y Santiago participa­ron en las tareas de la reconstrucción que el pueblo hizo florecer en todas partes. Ahora, apretujados contra la ventanilla de un avión que iba levantando altura rumbo al sur, a su país, ellos sintieron que la nostalgia les oprimía suavemente el corazón y se hicieron la secreta promesa de volver.

Los dioses del agua no habían olvidado a su ciudad predilecta, aquella que crearon para su grandeza y deleite, allí, sobre el no­pal sagrado de la serpiente y el águila.

La voluntad de vivir y vencer seguía brillando en México Tenochtitlán.