Río Ozama, puente del nuevo mundo

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Sergio Román Armendáriz

Sergio Román Armendáriz | Martes 05 de noviembre de 1985
Periódico La Nación, San José, Costa Rica, A.C.

La fragancia te despierta. Frente a ti, una tacita de café antillano que debes beber sentado y despacio, según te dicen para que tus planes de cumplan.

Tras la vidriera del comedor, una ola se levanta y se detiene antes de estallar en perlas.

Mas allá, la desembocadura del Ozama -voz taina tal vez- en cuyas márgenes grises y doradas los conquistadores fundaron esta ciudad de Santo Domingo de Guzmán, inicial de su estirpe y de su afecto en este lado del sol.

(Aquí, el primer ayuntamiento, la primera misa solemne, la audiencia y la universidad primeras. Aquí, el Alcázar de Colón, jurisdicción que abarcaba las islas y la tierra firme, el poder y la aventura. Aquí, entre el genocidio y la insurrección, el premerísimo sonido de las armas y las letras.)

Haces girar la cuchara delicada y adivinas, a contraluz, sobre las aguas mansas y prog¡fundas, la dura silueta de los navíos de Castilla, con su banderas y velámenes abiertos al viento de la historia, y con sus proas que apuntan al corazón del Tahuantin suyo y Tenochtitlán.

(Aquí, el metal de la espada y el metal del idioma se fundieron con lo autoóctono para que empiece a fluir el mapa de América Latina).

Bebes el tercer sorbo y tratas de descifrar la textura y la fragancia de la tacita vacía.

Los navíos de Castilla se han marchado a un viaje sin retorno por el tiempo, pero nos dejaron su idioma convertido en soberanía y en espada.

Este fuego y este acero animan por igual; los discursos en las Cortes de Cádiz, del presbítero costarricense Florencio del Castillo y del poeta ecuatoriano José Joaquín de Olmedo, que exigen la abolición de las mitas y otras servidumbres de indios y negros (1812); la Carta de Jamaica, de Simón Bolívar (1815); el Juramento Trinitario, dl porócer dominicano Juan Pablo Duarte (1838) y otros documentos de nuestra independencia.

El idioma se ha transustanciado, con un salto dialéctico, de espada conquistadora en herramienta de la libertad.

Con estas divagaciones y al trote zumbón de un coche tirado por caballos, te pierdes en el fondo de un día y un malecón que corren paraleloa a la espuma.