Imagen de un maestro rural
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Sergio Román Armendáriz | Miércoles 1 de enero de 1992
Periódico La Nación, San José, Costa Rica, A.C.
Paisaje sentimental arado activo, arco flexible, melodía transparente.
En un clima tejido por el sol y la lluvia, en 1910 nació Jesús Sánchez Durán en San José de Naranjo, provincia de Alajuela.
Alrededor, la armonía de los cafetales.
Desde niño, sus compañeros fueron el ritmo de las herramientas de labranza, el viento que silbaba en los potreros y el viento que junto a la lumbre del fogón familiar le enseñó las canciones del pueblo de Costa Rica.
Entonces, las breves casas de adobe y tejas se agarraban en el borde de los caminos por donde cruzaban las carretas bajo esos atardeceres que ahora flotan en la nostalgia.
Autodidacto, el peón se convirtió en maestro de la tierra y la música pues, para él, educar era guiar la línea infantil de una voz y una mano en los cuadernos del coro y la cosecha. Así, aprendió que la solidaridad, el arte y la fe constituyen opciones para trascender lo efímero.
Después de su jornada, pulía los instrumentos laboriosos.
"El esfuerzo que vos haces por superarte, te conduce a la excelencia", le escuché decir alguna vez.
Un instante de 1976, este campesino original se fue desvaneciendo en la noche suprema, al igual que el rescoldo del fogón doméstico o la nota final de su violín.
Discípulos, miembros de una generación que Jesús Sánchez contribuyó a forjar en el amor a las tradiciones, se han reunido en la Asociación Nacional de Educadores para recordar la identidad cultural que él representa.
Cuidadoso en su aspecto, discreto en su expresión oral y escrita, humilde y digno en su comportamiento, don Jesús resume y nos hereda la fuerza de la raíz, la atracción del horizonte y la ciencia del servicio a la comunidad.
La última carreta olorosa a café se ha borrado en una curva del camino, rumbo al puerto de Puntarenas.
Arco y arado están quietos.
El silencio parece una lagrima.