Justicia para Víctor Jara

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(Artículo escrito por Santiago Roldós Bucaram, hijo del presidente Jaime Roldós Aguilera, de quien fue Secretario General de la Administración, con rango de Ministro, Alejandro Román Armendáriz a quien el autor menciona en este texto)

Revista Vistazo, Guayaquil, Ecuador

El entierro nacional que Chile acaba de conferirle a Víctor Jara, víctima política del capitalismo salvaje, desborda mis recuerdos,
“A Cochabamba me voy / a Cochabamba señores / cantarán los ruiseñores / a Cochabamba me voy / Inti (…) ratatatá / se me perdieron / ratatatá / aparecieron / ratatatá / era mentira / que se acabaron las guerrillas…”. Cantar a voz en cuello esa canción de Víctor Jara al Ché Guevara fue una de mis actividades predilectas, antes, durante y después de los 21 meses que viví en la residencia familiar del Palacio de Carondelet. *

A mis nueve años yo no era precisamente un des­conocedor de los resortes del mundo: leía con avidez a Mafalda y ya había llorado un crimen político, el asesinato de Abdón Calderón Muñoz, candidato presidencial en el mismo proceso que terminó con la victoria de mi padre, a manos de miembros de la dictadura. Pero supongo que a algunos de los militares que rodeaban la vida de mi familia durante esa precaria inauguración de la demo­cracia debía de resultarles al menos incómodo que de las alcobas de Carondelet salieran las canciones que los salvajes golpistas de Pinochet habían intentado acallar con lujo de torturas y vejaciones.

“Pongo en tus manos abiertas, mi guitarra de cantor, martillo de los mineros, arado del labrador”. Cuenta la historia que los militares adelantaron el golpe al día que Salvador Allende iba a anunciar, desde el Estadio Chile de la Universidad Técnica del Estado (UTE), la convoca­toria a una consulta popular. Y que Víctor Jara, invitado especial a dicho anuncio, decidió quedarse ahí, junto a los estudiantes, a defender la democracia, cantando.

Dicen que llamó a su mujer para decirle que confiaba regresar en un día. La realidad es que dos días después, gracias a un comunista que trabajaba en la morgue, el cuerpo lacerado, pisoteado y mutilado de Víctor Jara, fue entregado a su viuda por la puerta de atrás, salvándolo de ser enterrado en una fosa común, pero privándolo de un entierro como el mismo Dios de sus asesinos manda.

Aprendí a amar a Víctor Jara por su música antes que por su ideología. Una enorme lista de cantautores protesta no ha resistido el juicio del paso del tiempo. Pero la verdad es que “A desalambrar, a desalambrar / que la tierra es nuestra / es tuya y de aquel” me inflamaba y me sigue inflamando como seguramente Calle 13 inflama a generaciones actuales, conectando con la intensidad esencial y tribal de una necesidad humana muy profunda: percutir sobre la tierra y no simplemente pasar por ella.

No tenías que saber quién era exactamente el señor Pérez Zucovich para conmoverte con la frase: “Usted debe responder / señor Pérez Zucovich, por qué al pueblo inde­fenso / contestaron con fusil. / Señor Pérez, su conciencia / la enterró en un ataúd / y no limpiará sus manos / toda la lluvia del Sur / toda la lluvia del Sur”.

De la mano zurda de Alejandro Román Armendáriz mi padre me enseñó a amar a Víctor Jara, con la misma ternura y determinación con la que me invitaba a ver atentamente el panfle­tario documental que los canales setenteros difun­dían sobre los próceres del 2 y el 10 de agosto, y a subvertir la letra de “Vasija de barro”, pidiendo que nos enterraran como a revolucionarios. Y me enseñó además, como quien enseña a comer, que los chilenos y los argen­tinos que amaban a su pueblo eran también patriotas del nuestro, algo que en la América Latina y el mundo de hoy resulta un poco más sencillo de defender, pero que en aquel lejano entonces todavía podía costarte la vida.

Casi 30 años después de haber tenido que salir violen­tamente de Carondelet, con los féretros sellados de mis padres por delante, el entierro nacional que Chile acaba de conferirle a Víctor Jara, víctima política del capita­lismo salvaje del Cono Sur y el Cono Norte, desborda mis recuerdos, mi presente y mi futuro. “La herida no se cierra mientras no haya verdad”, dijo el Inti Illimani Jorge Coluon, mientras desde Cataluña Joan Manuel Serrat, que al hablar de Jara y de Chile está hablando, como diría mi papá, de España y de García Lorca, recordaba que los 12 mil ciudadanos que acompa­ñaron el festivo cortejo fúnebre siguen clamando, como hace 36 años, justicia.

Santiago Roldós

* Palacio de Carondelet, Palacio de Gobierno (donde está también la residencia del señor presidente y de su familia). Quito, Ecuador.