Un amigo pregunta por ti, “guambrita” de Riobamba

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Epígrafe para un instante de 1947
“… me gustaría conocer a la "guambra (1)  andina de regios colores dormidos en sus mejillas blanquísimas"…  /  Ese río Chibunga, escenario de (…) amores y paseos, ha sucumbido…”
Desde el Ecuador, un Amigo pregunta. “Mail” del 27 de noviembre, 2009

Cuando una compañera tuya llevó a tus manos aquellos mis primeros versos temblorosos jamás pudiste imaginar, breve Lucinda, que casi un siglo después iba a enredarte también en un relato fílmico. (2)

Tampoco yo sabía que al clausurar ese invierno cuando retorné al calor costeño, iba a comenzar a enredarme en las trifulcas vicarias de la literatura. Ni siquiera sabía a ciencia cierta qué era esa materia movediza que los especialistas intentan atrapar dentro de un calificativo efímero pues el secreto de ese espejismo consiste en un permanente escaparse de su propia naturaleza, guambrita, pero eso no lo sabía. Ahora, tampoco.

Sin embargo, ayer un amigo preguntó por ti y yo aún entre dudas y quejas debo empezar a responderle diferenciando por un lado, el "sujeto narrativo" y, por el otro, el "sujeto biográfico". (Y, “¿el narratario”, babel, “el narratario?”)  Pero esta tentativa intelectual es un poco arrogante. Y vana. ¿Te parece?

En confianza debo declarar que, por encima de aquella saudade lusitana de 1947, permanece aún flotando esa suave nostalgia que tu mirada recuperada en sueños, aún, de repente, en mí, despierta, guambrita de Riobamba.

Entonces, la segunda administración republicana de las cinco que ejerció nuestro profeta civil que también murió de amor, dicen, el Dr. José María Velasco Ibarra (1893-1979) estaba en crisis y cinco meses después, en agosto, fue embarcado en un avión militar rumbo a un nuevo exilio, (territorio próximo, pero posterior, a mi experiencia durante un tiempo similar al olvido).

Aún no logro descifrar la semiótica velasquista de nuestro “Loco imponderable con su cuentazo de que la patria es lo intrínseco de la cosa última (entelequia que a lo mejor alguien la entendía en cualquier forma pero qué bien sonaba, ¡carajo!”) (3)

Alguien en mi Taller de guión, señala:

- “Profe”, su referencia al Loco imponderable, etc., interrumpe la fluidez narrativa pues nada tiene que ver con la chica del cuentito… No entiendo…

- Se trata del “contexto”, alcanzo a defenderme.
Y de inmediato envío por el miniordenador, el siguiente Apunte al margen para la hipotética empresa productora de la cinta:

“-Señoras, señores (les digo): Como sabemos, un texto debe mostrar peripecias y anagnórisis dentro de la evolución del  conflicto, mecanismos que hagan inesperado pero inevitable su clímax y su resolución. Pero, cosas y personas no están asiladas en una burbuja metafísica. De allí que el texto necesite respirar dentro de un contexto.  Sin contexto no entenderíamos lo que le ha pasado al río Chibunga, por ejemplo, ni lo que le está pasando al país a merced de la espiral demográfica o del “boom” del petróleo amazónico. O, indaguemos: ¿Qué le está pasando a las nieves del Chimborazo? ¿Nada? ¡Nada!

(No quiero que algún día, la nietecita de un nieto de Lucinda, o mío, talvez leyendo estos párrafos o simplemente observando el páramo desnudo, se interrogue acerca de “-¿Cómo eran las nieves del Chimborazo?, abuela, abuelo.”)

Por eso, es indispensable el contexto en interacción con el texto.

Resumiendo, el contexto (ecológico-político, etc.) integra el texto. Y viceversa. ¡Pan del bueno, pura dialéctica, texto-contexto!”

Confieso. ¿Todavía quiere conocerla, amigo, quiere ver esa imagen fugaz que la memoria cruza?  Respondo que sí la conocerá cuando se filme la historia. (Tarea difícil pero no imposible).

En verdad, esa bitácora (4) dedicada a la ciudad donde nací, contiene un intento de prosema el cual, a su vez, esconde la semilla de un guión. Y esta nueva bitácora pretende bosquejar la secuencia final de la historia, cumpliendo el consejo de mi maestra mexicana de dramaturgia para la pantalla:
“Comience, Sergio, siempre, siempre, (me decía) definiendo el punto final. Si usted no conoce dónde concluye su periplo, no sabrá hacia dónde dirigir sus pasos narrativos. Al igual que en la vida.” Y eso pretendo hacer, maestra.

El Chimborazo será un personaje, querida maestra. Con su permiso, le cuento.

Predominarán lo blanco de la nieve y el frío seco y el viento cortante. Y, si en ese fluir de albos matices ásperos, de pronto, contra el fantasmagórico deambular de arrieros cansados  y de vencidos guerrilleros provenientes de las montoneras alfaristas (5), o del Toachi “urjista” (6), al amparo de un relámpago, de pronto, en una calle que desemboca en un parque vesperal de 1947, usted, curioso amigo mío, por el azar, encuentra a Lucinda, de inmediato la reconocerá aunque ella esté tan vieja como yo, pues esa "verdad de la vida cotidiana" importa poco, cuando el arte alcanza a cultivar aquella trascendencia que Aristóteles, el supremo, en su Poética, llamó "verosimilitud".

Así, atravesando rumbos imposibles, la cinematografía puede convertir, en nueva vida, lo que ya dimos por extinto (7) y, entonces, cuando el muchacho y la muchacha empiezan a recuperar apenas su lenguaje de miradas y silencios, contra la áspera delicadeza del instante se escuchará la voz imperial y solitaria del director exclamando: "- ¡Corten! Luz, Cámara, Acción: ¡fuera!”, mientras sobre las postreras imágenes irá apareciendo un sintagma convencional que uniforma a todos los cinematógrafos del mundo y a todas sus “mil y una maravillas”: The End.

Notas

*(1) Guambra con su diminutivo “guambrita” (ecuatorianismo derivado del quichua “huambra”, nombre ambiguo aplicable al masculino y al femenino que, en castellano lo determina el artículo respectivo. La guambra, el guambra. / En este caso: mi guambra, mi enamorada o mi candidata a asumir esa categoría.)  Muchacha, muchacho. Adolescente.

*(2) Bitácora 46: “Riobamba, tan cerca de mí… ¡tan lejos!” / En: www.sergioroman.co.cr / bitácoras recientes. / Y, “Lucinda, Luz, Lucía, Linda”, los cuatro puntos cardinales de un nombre que, para traducirlo en el carácter de un personaje de la ficción, implica “estar enamorada del amor”.

*(3) Román Armendáriz, Sergio. EN: La Rosa de papel número 24, Colección de Poesía Ecuatoriana de la Casa de la Cultura del Guayas, Guayaquil, 1990. Pág.22.

*(4) Bitácora 46, ídem.

*(5) Alfaristas, partidarios de don Eloy Alfaro (1842-1912), líder de la insurrección liberal en el Ecuador, encabezó la Revolución de 1895 y la guerra civil contra los conservadores o “curuchupas” o “godos”, en cuya faena y victoria contribuyeron las llamadas “montoneras” o alzamientos espontáneos de la población rural. En tal génesis participaron, sobre todo, los arrieros de mulas que llevaban y traían alimentos y noticias de la sierra a la costa, y viceversa (entre ellos, el abuelo Aquilino Armendáriz Gómez). / Durante el exilio, don Eloy (conocido también como el Viejo Luchador o el General de las Derrotas) vivió en Alajuela, Costa Rica y, entre 1860 y 1895, acometió en incansables y sucesivas ocasiones contra la dictadura de Gabriel García Moreno y sus herederos políticos. / En una de las tantas invasiones al Ecuador, partió desde una costa centroamericana en un barquito al que bautizó “Alajuela” en homenaje a la provincia tica que le había brindado hospitalidad y en donde estableció a su familia y su empresa comercial. En Jaramijó, en la costa del Ecuador, naufragó. Un fracaso más que no lastimó su ánimo, de tal modo que cuando alcanzó el máximo poder, un pueblo de Manabí, su provincia natal, fue bautizado con el nombre del bajel destruido por la inclemencia del mar. / Alfaro fue proclamado Jefe Supremo de la República. Después, héroe epónimo, sobrevive en la novela de Alfredo Pareja Diez-Canseco, “La hoguera bárbara”, y en el  libelo de Vargas Vila, “La muerte del cóndor”, luego de sucumbir ante una conspiración oriunda, talvez, de una tendencia oligárquica infiltrada entre sus propias huestes, crimen cesáreo, magnicidio laico que se coronó arrastrándolo por las calles de Quito, junto con otros seis camaradas, en una desenfrenada y siniestra orgía de sangre. “No había seres humanos  en Quito” se pregunta Vargas Vila. Y él mismo se contesta: “-¡No! Había sólo bestias”. ///  Ver, “Oración por Alfaro”, de Román Armendáriz, Sergio. EN: La Rosa de papel número 24, Colección de Poesía Ecuatoriana de la Casa de la Cultura del Guayas, Guayaquil, 1990. Pág.16.

*(6) El Toachi “urjista”, remite al río homónimo que cruza por la (alguna vez) selvática zona de Santo Domingo de los Colorados, en el centro del Ecuador, hacia las estribaciones del ramal occidental de la cordillera de Los Andes. El adjetivo “urjista” corresponde a quien militó en la Unión Revolucionaria de la Juventud Ecuatoriana (URJE, 1959-1963, organización calcada sobre el perfil del “26 de julio” de Fidel Castro), que en abril de 1962, a raíz de la ruptura de relaciones diplomáticas que el gobierno del Ecuador decretó contra Cuba, protagonizó, en el escenario geográfico mencionado, una escaramuza donde el ejército persiguió a balazo limpio a unos cincuenta jóvenes universitarios provenientes de diversos puntos del Ecuador, reunidos allí por mandato de quién sabe quién, y sobre cuyo desenvolvimiento y propósito se han tejido diversas y disímiles interpretaciones (desde las que ridiculizan hasta las que subliman), conjeturas que actualmente están circulando en Internet y que impulsan a alguien que sí estuvo allí, a que asuma su deber y ejerza su derecho de compartir el enfoque descriptivo y analítico de tal situación histórica, pues fue miembro del destacamento guayaquileño conformado por Carlos Alvarado Loor (coquín), Edison Carrera Cazar (comandante), Francisco Mármol Márquez (patojo) y él mismo (poeta). / Ese abril de 1962, no hubo enfrentamiento, hubo persecución y huída, sobre cuyo balance SR está preparando su “Toachi, el hecho y la línea”, pues él fue co-protagonista del acontecimiento en el cual, incluso, resultó herido (dizque cuando intentaba escalar una roca para ocultarse) según información vertida, al día siguiente de la aventura, por “El Universo”, diario guayaquileño. / Después de pasar una noche en el nosocomio del área, pasó incomunicado y enyesado al Hospital Militar de Quito, en donde empezó a “escribir en la memoria” (pues no tenía acceso a papel ni pluma) el poema que abre su folleto “La muerte a cada rato”, versos publicados, unos, en “Mañana, porque hoy se construye el futuro” revista que dirigió Pedro Jorge Vera, y, otros, extraviados en la diáspora. / Trasladado a una clínica privada, de allí fue liberado por un comando de la URJE, refugiándose en las casas de amistades y simpatizantes de la Sierra y la Costa. En una finca rural sufrió y disfrutó la revelación de quienes viajan a Damasco eligiendo su autoexilio que lleva ya medio siglo. Y más. Pero antes, en un desenfadado “flash back”, yo mismo me veo entre imaginarios peligros reales una noche lluviosa atravesando la ciudad sultana de la cual, al igual que en el poema de Walt Whitman aunque, quien esto escribe, haya  olvidado sus monumentos y sus embrujos, nunca Lucinda (luz lucía linda enamorada del amor) he podido olvidarte porque despertaste en mí ese sentimiento que siendo tan repetido sin embargo tiene la virtud poética de parecer único, que nos inventa la mentira hermosa de creer o fingir que, con la pareja que acabas de conformar, está empezando a palpitar el universo. Siempre.

*(7) Esta faena a veces ha sido desenfocada pues cuando la pantalla, cada vez que recibe una proyección, vuelve a resucitar aquello que es difunto,  un Avatar se columpia entre el bien visible y el mal latente.

Algunas pistas: Eisner, Lotte H. (1896-1983, alemana, crítica de cine) La pantalla expresionista. /  Heidenreich, Andrés (1965, cineasta costarricense) La región perdida, 2009 / Ortiz-Tirado Kelly, Javier (1954, cineasta mexicano) Alegorías de la ciega y el sordomudo, 1978. /  Ureña, Jurgen (1970, cineasta costarricense) Atardecer de un fauno, (en preparación).

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