Estampa "UNO": El Arlequín y el Paraninfo Universitario

Ruta: Teatro: Casi memorias de un espectador de teatro en CR

Es frecuente que a un latinoamericano que no ha nacido en CR aunque haya vivido aquí casi toda su vida, nos pesquen por el acento sobre todo los taxistas y nos pregunten cómo llegamos a este país. Yo tengo la respuesta: - Por el amor, digo, y pasamos a otro asunto generalmente a hablar mal del gobernante de turno.

Cuando llegué, el teatro Arlequín funcionaba de manera esporádica pero me sorprendió su nivel de calidad. Funcionaba allí donde ahora hay un parqueo, unos 50 metros al norte de Chilles. Yo provengo de Guayaquil, puerto que tuvo una de las primeras expresiones de teatro civil durante la colonia española, sin embargo la actividad decreció. Digo que me sorprendió, porque si bien Guayaquil no tenía un teatro permanente, si habíamos recibido y aplaudido en mi etapa preuniversitaria, hacia 1951, por ejemplo, a la compañía argentina de Francisco Petrone mostrándonos, en español con pocos años de rezago respecto del estreno en su inglés original, "La muerte de un viajante" de Miller.

También había vivido en La Habana, gracias a una pasantía de unos cuatro meses concedida por la Casa de las Américas en el segundo año de la revolución. Allí escribí mi poemario "Varón en La Habana de mil novecientos sesenta y uno". Allí descubrí los teatros de bolsillo y aplaudí de pie "Electra Garrigó" y "Medea en el espejo"y el "Recuerdo de dos lunes" (las dos primeras, cubanas; el tercero, gringo pero no fanático) en locales breves pertenecientes a algún piso alto y semiescondido en el Vedado. Cuento estos antecedentes porque me siguen dando un punto de referencia para apreciar lo que en ese momento ví en el Arlequín: El luto robado de Alberto Cañas, y un par de obras cortas de Chejov.

Conocí allí a Óscar Castillo representando a un empleado afectado por una gripe pavorosa en una de las obras cortas del maestro ruso. Vi también a una espectacular Haydee de Lev, carismática poseedora de un ángel singular, en una escena atrevidísima para la época, inolvidable para mí, cuando alguien colocaba un cigarrillo entre los dedos de su hermoso pie. Esa es la magia de los teatros de bolsillo. Se parece a la magia de los primeros planos del cine. Todo está tan cerca, incluso para los miopes como yo.

Me sorprendió el Arlequín, y asimismo me sorprendió un grupo universitario, no recuerdo si era el mismo TU que había fundado Alfredo Sancho Colombari, un tico de destino singular, allá por 1950 o 1951. En todo caso la obra se representó en el antiguo Auditorio de la Universidad de Costa Rica, en el barrio González Lahmann, local al que uno accedía después de vencer anchas y pacientes escaleras.

Me sorprendió un Luis Fernando Gómez, jovencísimo, interpretando El Apolo de Bellac (el único Apolo que no existe) dirigido por un también muy joven y muy creativo Daniel Gallegos. Hablo de 1962 y 1963. Gobernaba don Francisco Orlich, don Chico Orlich, don Chico para todos, un señor presidente ajeno a la ceremonia y a la pompa, lo recuerdo saliendo del Teatro Nacional en medio del tumulto, como un ciudadano de a pie, sin guaruras y bastante estrujado por el gentío.

Pero todavía hay más. Continuaré la próxima semana, si me lo permiten.

Gracias,

25 IX 2008