"Paseo por el amor y por la muerte"

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Sergio Román Armendáriz

Sergio Román Armendáriz | Viernes 19 de junio de 1987
Periódico La Nación, San José, Costa Rica, A.C.

Un pequeño placer a veces te detiene en la velocidad de las ciudades. La casualidad le conduce a descubrir un filme casi clandestino de John Huston en un cinematógrafo extraviado en el tiempo, allá, en Tlatelolco.

Con deleite te hundes en la textura de la penumbra de la platea y en la transparencia de la pantalla.

Un muchacho ha escapado de su montaña nativa para buscar el mar; nunca lo alcanzará pues una guerra feudal le impedirá cubrir esa apetencia. Pero, en su peregrinación, una jovencita desamparada como él, le obsequiará paz y asombro.

Ambos necesitan una burbuja de neutralidad en ese clima de espadas y animales delirantes. Por eso, al margen del conflicto bélico que sienten ajeno y absurdo, unen y desatan sus soledades amarillas y sus miedos oxidados.
Ellos oscuramente saben que son víctimas del prejuicio. No importa lo que omitan o hagan ni la bandera que esgriman ni el argumento o el silencio que expongan. El atreverse a ser diferentes, ya los ha condenado. Su actitud ha despertado sospechas y acidez en el dúo de los ejércitos adversarios.
El círculo trágico se va ajustando a su alrededor. Intuyen que la sobrevivencia sin plenitud y sin intimidad, carece de sentido.

El otoño revienta sus oros contra un seco y semiderruido monasterio medieval, en una de cuyas celdas abandonadas por la catástrofe, la pareja perseguida se refugia para oficiar su propio matrimonio al borde del exterminio.

Se abrazan. La adolescente le pregunta a su compañero acerca de ese piélago o dilatado reino del agua salada, hacia cuyo encuentro marcharon sin rumbo y sin fortuna.

El ruido de los metales se cruza con aullidos y el fuego se borda con escombros.

El silencio y la sombra han ido cayendo al igual que un ángel bicéfalo.

Al amanecer y a la deriva entre los desperdicios de la batalla, los dos cuerpos yacen y fluyen apagados y bellos, en una navegación inmóvil.

En la grieta de un muro próximo, aún oloroso a llanto, está pugnando por nacer la flor de la infinita esperanza.

La sencillez y la vigencia del mensaje te atrapan. Abandonas la sala placentaria con el presentimiento de que tu generación, por encima de hechizos y contradicciones, continuará buscando ese océano inapelable de la resistencia democrática, personal y civil.