Pero... ¿hubo dos nombres silenciosos en los orígenes del Teatro Universitario de Costa Rica?

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Esta bitácora es una vivencia. No es una ponencia.

El autor recorre otra vez el circuito de los escenarios de la época y de ciertos títulos recordables de entonces y de algunos hábitos y anécdotas de sus parroquianos, y les invita a que lo acompañen en esta aproximación a “Dos nombres silenciosos en los orígenes del Teatro Universitario de Costa Rica” (1)(1*)

Ciudad Universitaria "Rodrigo Facio" UCR 4 de noviembre, 2009

Antecedentes

La Dra. María Bonilla Picado, ex-directora del Teatro Universitario de CR nos trasladó una nota de la Sra. Carey N. Kasten, profesora estadounidense quien está indagando acerca del colectivo español “Lope de Vega” (que visitó San José de Costa Rica posiblemente dentro del lapso 1949-1951), en búsqueda de alguna fuente referida a la influencia directa o indirecta que tal grupo ejerció o pudo haber ejercicio en la fundación del Teatro Universitario de Costa Rica.

Aventuro mi aporte.

Dos nombres indispensables

En la tarea de contestar la solicitud recibida, en mi remembranza surgen dos nombres indispensables: el de don Arnoldo Herrera González, fundador y director del Conservatorio de Castella, y Premio Magón, máximo galardón cultural que otorga el país, a cuya labor dediqué un capítulo de mis “Casi olvidos o desmemorias de un espectador de teatro en CR”. Y el de don Alfredo Sancho Colombari, fundador del Instituto Nacional de Artes Dramáticas (INAD, 1962-1966).

Debo referirme, pues, a ambas personalidades para lograr aterrizar mi respuesta.

Curioso por azar, espectador por voluntad

Habiendo llegado yo, a CR en 1962, unos años después de la visita del “Lope de Vega”, y sintiéndome sobre todo un espectador testigo (no un investigador), a la consulta extendida apenas puedo aportar, párrafos adelante, un “Enfoque personal” filtrado por los recuerdos que me quedan de animadas conversaciones con veteranos de la mencionada época, durante los entreactos pedagógicos o recreos compartidos en el local del Instituto Nacional de Artes Dramáticas (INAD) que funcionó, sólo por las noches de lunes a viernes en paralelo al tiempo lectivo oficial, en general, gracias a partidas específicas de la Asamblea Legislativa de CR, y en particular, gracias a un convenio con la respectiva Junta de Educación, en el hermoso local de la Escuela Juan Rafael Mora Porras ubicada por el rumbo del actual Hospital de Niños, muy cerca del Paseo Colón, quizá barrio de La Pitahaya, Distrito de la Merced en el sector oeste de la capital. (2)

“El cadáver exquisito”

Algunas veces continuábamos la charla en un vecino bar restaurante (el Peco´s Bill) donde, además, aventurábamos ilusiones alrededor del fútbol cuya corona la obtuvo, sin que nos demos cuenta en 1963, el equipo “Uruguay” de Coronado,   o alrededor de la lotería del domingo próximo que nunca dejó de cumplir la receta “quien juega por necesidad, pierde por obligación”, y cuya frustración se disipaba entre vasitos de ron colorado (porque detestábamos el olor a perfume de la ginebra inglesa, y … aunque eso nunca lo dijimos, la verdad era que no teníamos dinero para pagarla), . . . o armábamos a imitación de los surrealistas, nuestros propios “cadáveres exquisitos” donde cada quien aportaba una frase dislocada de la realidad y al unir todas, aparecía una forma difunta, equivalente a un poema consumido por su propia lógica ausente.

Quien se alejaba más del absurdo era el que pagaba doble cuota en el momento de saldar las cuentas con el mesero, quien, por supuesto, jamás renunció a la lógica y a la aritmética, incluso, bautizando sus resultados con céntimos más, céntimos menos.

Mi relación con don Arnoldo y don Alfredo

En tal lapso (1962-1968) ya me había relacionado con don Arnoldo Herrera González (fundador del Conservatorio Castella, entidad que aún existe) y con don Alfredo Sancho Colombari (fundador del Instituto Nacional de Artes Dramáticas, INAD, de corta y polémica duración).

Con don Arnoldo me relacioné al azar, visitándolo, de improviso, en busca de trabajo, en su Conservatorio. Y con don Alfredo, me había relacionado por medio de don Elbert Quirós, administrador de la Librería Bautista de San José, quien me recomendó a su amigo, el Dr. Arnoldo Castro Jenkins, presidente de la Junta Directiva del INAD. Así, también en busca de trabajo, llegué a visitar a don Alfredo en su importante oficina donde fungía de titular de la Secretaría General de la Junta Directiva de la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS o La CAJA), que funcionaba en la misma manzana del emblemático Correo Central de San José.

En el Castella (1963) y en el INAD (1963-1966) trabajé como profesor de Prácticas Escénicas. (3)

Asimismo, mi familia era inquilina de una casa propiedad de don Arnoldo, ubicada cien metros al norte del cine Guadalupe, en Goicoecha, construcción maciza y de una sola planta, cuya esquina concluía en una curva agradable solemnizada por un cristal catedralicio que ocupaba las dos terceras partes de esa curva arquitectónica. Otro detalle para conocerle.

Charlas y escenarios

Así, pues, tuve múltiples oportunidades de platicar con los colegas, fuera de las instalaciones educativas.

(Subrayo “con los colegas” pues, cincuenta años antes de este 2009, las profesoras una vez que terminaban sus jornadas se iban rapidito para sus casas donde las esperaban otra jornada laboral, ésta vez sin salario: la atención del hogar.)

Del Castella al INAD era un brinco. Y de éste a cualquier bar cercano, unos momentos. Otro brinco era irnos del INAD al Ministerio de Educación, cuyo edificio administrativo estuvo ubicado entonces en la Avenida Central por el rumbo de Chelles. En los bajos funcionaba “Artes y Letras”, célula del futuro Ministerio de Cultura. Su primer director fue Felo García, hoy Premio Magón.

Nos reuníamos a veces con dos colegas del Ministerio, don Luis Alfonso Arguedas y don Óscar Zavala Núñez, mi compadre. Pero la mayoría de las charlas las sostuvimos en el propio INAD o en sus alrededores sobre todo con don Arnoldo Herrera y con don Alfredo Sancho, y con el doctor Castro Jenkins y con mi amigo más cercano, Élbert Quirós Barquero que tenía un auto diminuto que no le temía a ninguna distancia.

Las pláticas fueron múltiples y  sobre asuntos variados, uno de los cuales fue el Teatro Universitario de Costa Rica, el teatro Arlequín y el Teatro de la Prensa establecidos en diversos instantes del lapso 1951-1962.

Comentarios ineludibles constituyeron las inevitables escaramuzas electorales del momento pues se avecinaba el pugilato máximo entre don Daniel Oduber de la socialdemocracia (con su lema estrella: “Yo también voy con él, con Daniel…”) versus don José Joaquín Trejos del pre-socialcristianismo (con su contragolpe fulminante: “Yo, ¡no!).

El profesor Trejos (y su parsimonia) fue presidente de la República (1966-1970). Y hasta allí llegaron las partidas específicas que, emitidas por la Asamblea Legislativa, sostuvieron al Instituto. Sancho renunció al INAD, Luego, a la CAJA después de publicar “Fuera de acta” novela que reposa en la clandestinidad absoluta y en la que denuncia los excesos de la burocracia criolla.

Con esa doble renuncia bajo el brazo volvió a México en 1968 y habitó, nada menos que en el complejo residencial de Tlatelolco. ¿Se dieron cuenta? ¡Tlatelolco, 1968! A pesar de obvios inconvenientes, en el Teatro Hidalgo alcanzó a estrenar, una pieza de su autoría “Tres carátulas”, me parece que era su título.

Visité a Alfredo, fugazmente, en 1969. Él trabajaba en la sección de Cultura del Instituto Mexicano de la Seguridad Social. Compartimos un par de tequilas “Cuervo” del claro, con su sangrita, como le gustaba a don Andrés Soler (actor de estirpe y presidente honorario del INAD, quien murió en esos días). Después del rito funerario, en “La Ópera“, local clásico del casco colonial de la Ciudad de México, charlamos del INAD con la misma nostalgia con la cual recordamos a un querido familiar difunto o a un amigo de los de antes. O a un maestro. En nuestro caso, don Andrés Soler. (4)

Ambos, don Alfredo y don Arnoldo, eran expertos en el inteligente uso de la ironía, de la cual no se libraban tirios ni troyanos. En cierta ocasión les llevé la invitación para una Semana de la Cultura Ecuatoriana en CR. Y uno de ellos con rapidez sonriente en un tono pícaro, mezcla de comentario y pregunta, dijo en un volumen suficiente para ser escuchado pero con la apariencia de hablar para él mismo: ”-Caramba… ¿existe en el Ecuador, cultura?

Rechacé el exabrupto, pero no pude dejar de admirar el ingenio enfatizado por el recurso actoral de la voz.

“- Gracias a Dios que no soy su enemigo”, alcancé a murmurar. Reímos y continuamos la espiral de la broma.

Nuevos escenarios

Sin darnos cuenta (así como no nos dimos cuenta en qué momento y cómo campeonizó inesperadamente un equipo de Coronado) nuevos escenarios habían surgido entre 1955-1968, y de oeste a este:

1.- El “Castella” en Sabana Norte, donde conocí a Niko Baker y su puesta de “El pájaro azul”.

2.- El “Arlequín”, cien metros al norte del Chelles, donde me sorprendió la habilidad histriónica de Guido Sáenz, Haydée de Lev y Óscar Castillo, y la habilidad dramatúrgica de don Alberto Cañas, con su “Luto robado”.

3.- El “Paraninfo Universitario” en el barrio González Lahmann en los terrenos que hoy ocupan los tribunales de justicia de San José, donde aplaudí al entonces debutante y promesa Luis Fernando Gómez, en “El Apolo de Bellac”, bajo la ya sutil dirección de Daniel Gallegos.

4.- La “Sala Tassara” en Bario México espacio privado dedicado sobre todo a la música, y donde Ulises Estrella y yo, ambos llegados del Ecuador, presentamos en 1963 una ceremonia vanguardista tzántzica: “Te amenazamos a que asistas”.

5.- El “Teatro de la Calle 4”, local creado por el INAD para sus prácticas escénicas pero no para funciones públicas, ubicado este espacio que luego contrató el Grupo Israelita de Teatro (GIT) sobre la vía del mismo nombre a la altura aproximada del sector norte del edificio del Correo Central de San José; del GIT recuerdo “La promesa” y de un grupo visitante una puesta desenfadada donde la actriz y el actor descendían del tablado, con sendos bananos con los que acariciaban, ella a los hombres del público, y él, a las mujeres. En fin, fosfenos del ayer.

6.- El “Teatro de la Prensa”, asimismo, bajo la inspiración del maestro Oskar Bákit, versátil nombre del arte escénico y de las técnicas de la publicidad, local ubicable  en los alrededores del Parque Central, unos dicen que en la misma acera del Palace y su soda y del Raventós, hoy Melico Salazar, frente al costado norte del parque; y, otros dicen que estuvo ubicado de la esquina sur oeste del parque mencionado, media cuadra al sur, por donde estuvo el Cine “Moderno”, que de Dios goce. Vaya uno a saber. (Consigno este dato por si acaso…) En ese Teatro de la Prensa, según refería don Alfredo, él estrenó su obra “Taller de reparaciones” que anunciaba con la oferta de reparar seres humanos. Alguna vez tuve entre mis manos el libreto.

7.- La temporada 1963 del INAD en el “Teatro Nacional”.- El INAD nunca tuvo escenario propio. Usó el del Nacional para cumplir su temporada de 1963, por ejemplo, con “Clérambard” (Marcel Aymè), “El cuarto en que se vive” (Graham Greene) y “Las cosas simples” (Héctor Mendoza), dirigidas las dos primeras por Alfredo Sancho de quien fui uno de sus asistentes, y la tercera, dirigida por el maestro Hernán de Sandozequi (no recuerdo quienes fueron sus asistentes, ni conservo el programa de mano que fue, en verdad, un folletillo que tenía en la portada un par de máscaras, dibujo excelente logrado con pocos trazos expresivos por nuestro amigo Néstor Zeledón, miembro del Grupo 8).

Lo popular y lo elitista

El escenario del Castella (donde había dejado la huella de sus manos de arquitecto, su diseñador Felo García), y el INAD, constituyeron, por decirlo de una manera apresurada, una imagen "popular" y estuvo representada por don Arnoldo y don Alfredo frente a la real o supuesta tendencia "elitista" de los otros segmentos de la escena tica y de la crítica periodística firmada con el seudónimo OM que, por cierto le dio una paliza a la temporada del INAD en el Teatro Nacional, 1963. Esto es, la severidad crítica (con argumentos o sin ellos) no empieza con Andrés Sáenz y William Venegas (1990, en adelante). Además, hacia 1972, con buena puntería, Carlos Morales, había sacudido mi “Función para butacas”, con un par de dardos que duelen pero que hacen pensar, lo cual se agradece.

Quizás, don Alfredo y don Arnoldo quisieron contrastar, no oponer, con razón o sin ella, una estética asumida desde su época azteca y populista contra un estética glamurosa de origen anglosajón.

Estas son hipótesis a despejar. No son conclusiones.

Lo que si me pareció inducir de la familiaridad y asiduidad con que se trataban, explicable no sólo porque provenían de la misma provincia, sino porque desde jóvenes, como muchas veces contaban fueron amigos y coincidieron, además, durante un tiempo de estudios en el México de los primeros años de la administración del presidente Miguel Alemán (1946-1952).

¿DOCUMENTOS VERSUS CHÁCHARA?: DOS RESÚMENES Y UN COLOFÓN

1. Resumen atinente al papel de don Arnoldo Herrera y don Alfredo Sancho en los orígenes del Teatro Universitario de Costa Rica

2. Resumen atinente al papel del colectivo español “Lope de Vega” en dichos orígenes.

RESUMEN

1. ¿Cuál fue el papel de don Arnoldo y don Alfredo en los orígenes del Teatro Universitario de CR?

Así, pues, según lo que les escuché fueron ellos (don Arnoldo Herrera y don Alfredo Sancho) quienes luego de la revolución de 1948, aurora civil que abría posibilidades nuevas para la cultura, trajeron a CR la idea inicial del Teatro Universitario que habían visto funcionando sobre todo en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Distrito Federal y, asimismo, con las distancias naturales, en el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), fértiles entidades del país hermano.

Claro que alguna vez, durante el azar de las conversaciones, mencionaron a la Compañía Lope de Vega y a uno o más actores o actrices que se quedaron en CR más allá de la temporada programada por su gira, y que aquí fueron contratados para actuar, sobre todo en el escenario del Paraninfo Universitario del barrio González Lahmann, pero no (nunca, jamás) para fundar el Teatro Universitario.

RESUMEN

2. ¿Cuánto influyó el colectivo “Lope de Vega” en la fundación del Teatro Universitario de CR?

“-¡Quién sabe!”

Habría que encontrar documentos (en las actas del Consejo Universitario, o en los anaqueles del Archivo Nacional) para ver si ese colectivo “Lope de Vega” hizo, alguna vez, una propuesta puntual. (O, quizá, los periódicos del momento, consignen tal propuesta, si la hubo.
Ésta es una tarea para profesionales de la historia patria y matria. No, para un simple curioso.

COLOFÓN

Don Alfredo Sancho (dramaturgo y pedagogo) y don Arnoldo Herrera (pedagogo y músico) sí hablaban con énfasis de su participación y de la acogida que tuvieron sus planteamientos en la fina sensibilidad y conciencia social del Lic. Rodrigo Facio (1917-1961) personaje emblemático de la cultura nacional, rector de la UCR (1952-1961).

Pero ellos tampoco mencionaron propuestas concretas. Bueno, tampoco estaban obligados a hacerlo en la deriva de una conversación.

Documentación debe constar en las actas del Consejo Universitario y en el Archivo Nacional y en los periódicos de la época.

Yo buscaría por allí.

Tan sólo cuando surjan, de esas fuentes, las pruebas respectivas, podremos hablar de “documentos”.
Mientras tanto, estos párrafos, con mi natural auto-benevolencia son, también, (discúlpame Sergio) algo muy parecido a la cháchara.

Transición

Aquí coloco puntos suspensivos a este apartado, para saltar al capitulito siguiente de mis "Casi olvidos..." y, de pronto, entre esos puntos brilla uno de los aportes más lúdicos en el jolgorio de los llamados “cadáveres exquisitos”, propuesto por don Arnoldo o talvez por don Alfredo en una servilletilla común y silvestre del “Pecos”: “Comestibles, señores, y… ¡bebestibles!”, línea que constituyó una especie de nuevo comienzo del himno de la alegría terrenal, y un merecido brindis, aparte del alarde del neologismo empleado, “bebestibles”, cuya caligrafía y eufonía desenfadadas rimaban de manera perfecta con esta apuesta por vaciar o inyectar de sentido, nuestro juego.

“-¡Qué momento! Lástima que ustedes no estuvieran, allí, entonces...”

Gracias,
Sergio Román Armendáriz

Notas

(1) RESPONDO a una consulta plural con material extractado de mis Desmemorias o Casi Olvidos de un ocioso espectador de teatro en CR, desde 1962. Se trata de un intento de remembranza personal. No de un análisis. Ver: www.sergioroman.co.cr / Teatro / “Casi olvidos o desmemorias de un espectador de teatro en CR desde 1962”

(1*) El segundo segmento de estos “Casi olvidos de un espectador...” (materia de próxima bitácora) corresponde a la “Triple colaboración de SR con el Teatro Universitario de CR en 1970 y 1972, como actor, y en 1974, como asistente de dirección”:

(I y II)

Los siguientes fueron los “Papeles complementarios apenas ejecutados por SR en el Teatro Universitario de Costa Rica”: el Pastor en “La visita de la vieja dama” de Friedrich Dürrenmatt, y el Ciego en “La segua” de Alberto Cañas, ambas bajo la dirección de Daniel Gallegos Troyo (Teatro Nacional, CR, 1970 y 1972 respectivamente. (Dicha colaboración actoral no quiere decir que SR tuvo ínfulas de histrión. Y fracasó. ¡No! Sólo para él esa colaboración actoral cumplió el propósito de asomar su “yo ejecutante” a una visión íntegra de la faena escénica, la cual nunca puede estar completa si el interesado o interesada no hubiese sentido el rugido del público pantera en plenas vísceras, instantes antes de levantarse el telón, según el dictado de Lope de Vega (proveniente no del conjunto que nos visitó hacia la mitad del siglo veinte, sino del Fénix de los Ingenios, el incomparable Monstruo de la Naturaleza, Félix Lope de Vega y Carpio (1562-1635), advertencia así registrada en su “Arte nuevo de hacer comedias” (1609).

(III)

La tercera y final colaboración se produjo en 1974, en calidad de asistente del director y actor uruguayo Júver Salcedo en la puesta de “La muerte de un viajante” de Arthur Miller.

(2) Las labores propiamente de enseñanza primaria se desarrollaban durante el día. También, después de las agotadoras fases de entrenamiento escénico nos reuníamos en el cercano Peco´s Bill, donde sólo los varones (¡muy machista la época!) continuábamos nuestras erráticas pero inspiradas (¿?)conversaciones.

(3) Allí, en el INAD, trabajaron también don Hernán de Sandozequi (profesor de técnicas de dirección y de actuación); don Elbert Quirós Barquero (principios de escenografía); doña Judith Bermúdez (respiración y dicción); don Alfredo Sancho (dramaturgia) y otros nombres, unos estables, y varios de paso, que atendieron, por ejemplo, expresión corporal, maquillaje, etc. Yo atendí en el INAD, al igual que en el Castella, un curso llamado “Prácticas Escénicas”.

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