Anécdota de la insurrección guayaquileña del 28 de mayo de 1944

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 VERSIÓN AJUSTADA DE LA BITÁCORA 140 DE ESTA PÁGINA 'WEB'

Hoy, 28 de mayo de 2012, fluye de manera natural este resumen de la bitácora 140 de esta Página 'web', texto que fue, primero, el bosquejo de una escena excluida del guión del filme 'Nuestro Juramento', dedicada a Julio Jaramillo y sus canciones, a propósito de unas pinceladas con las que intenté dotar de cierto contexto  esa historia enriqueciéndola con los sucesos del 28 de mayo de 1944, SR 

Una ametralladora y la putita
(anécdota de la insurrección guayaquileña del 28 de mayo de 1944) *
 
Emerge el recuerdo mientras trato de localizar una imagen en el álbum de mi familia.
 
Fue hace poco pero los hechos datan (en esta 2da. versión) de unos trece lustros atrás, y sucedieron vertiginosamente en Guayaquil, en la madrugada y en la mañana del 28 de mayo de 1944, en plena insurgencia popular contra una de las tantas dictaduras que han azotado mi país, el Ecuador.
 
Acababa de cubrir, yo, mi primera década la que, hoy, a mis casi setenta y siete febreros, rememoro y saboreo, gesto a gesto.
 
Los Armendáriz capitaneados por el abuelo Aquilino, natural de Motxa o Mocha, Tungurahua (1875-1960, exarriero y exmontonero liberalote de esos de finales del siglo 19 y comienzos del 20, que conservó siempre su respetuosa devoción por el aguardiente y en cuyos cuentos aprendí el afecto por la literatura) vivíamos en Guayaquil, en la esquina exacta de las calles 10 de Agosto y Machala, a una cuadra hacia el este del cuartel de artillería, y a otra cuadra, hacia el norte, de los cabaretuchos llenos de putitas lindas y lloronas.
 
La ubicación era estratégica, a mitad de rumbo entre la ría Guayas y los esteros con los cuales el mar penetra la ciudad.
 
Curiosidad aparte, los militares artilleros apoyaban los planteamientos de la oposición agrupada en la Alianza Democrática Ecuatoriana (ADE) que dirigía el Dr. Francisco Arízaga Luque. En cambio, en el cuartel de la policía y en la mazmorra de la oficina de pesquisas (ubicadas también en los alrededores), la dictadura del Dr. Carlos Alberto Arroyo del Río tenía concentrada su fuerza de represión, su principal soporte.
 
Una de las técnicas favoritas del autoritarismo consistió en utilizar una camioneta obscura que con chirrido de frenos y ruido de armas aparecía de pronto cargándose al que podía con la pretensión de sembrar miedo y disolver cualquier reunión espontánea de vecinos y prójimos. El pueblo apodó de ‘fantasma’ a esa camioneta en una de cuyas incursiones, Julio Jaramillo, entonces un niño de nueve años de edad, fue apresado, dato inserto en entrevistas y en su biografía. De mi propuesta guionística por lo menos se salvó este incidente que le da algo de contexto a la historia. El ambiente se perdió pero volvamos a nuestra plática.
 
La canción de moda era una tonadilla colombiana: 'Momposina, ven pa’ mi ranchito / Momposima, ven para quererte...' **
 
Nunca supe qué o quién exactamente era Momposina (incluso la escribía con una 'equis' en vez de una llana 'ese') pero la palabreja me sonaba a gloria. Además, a una de las chiquillas del barrio, le gustaba que la llamen con ese apelativo cuando cambió de domicilio por allí cerca y andaba dando pasos en zigzag semiebrio por las rotas veredas con un tembleque altavoz portátil que hacía sonar y cantar y hasta danzar, a cambio de unas cuantas monedas. 
 
Alrededor y en medio de los partidos futboleros que se jugaban con una pelota de trapo en plena calle cruzada de repente por algún automóvil y algunos borrachitos despistados, se hablaba una jerga que no me enseñaron en la escuela pero de la cual me enamoré de inmediato.
Después supe que en el centro educativo al que asistía, aprendí el registro formal del idioma pero en las calles aprendí a manejar el registro coloquial del que me queda, más que sus dicharachos, esa respiración o combinación de frases largas y cortas que imitaban las onomatopeyas de la coquetería putañera y de los balazos dictatoriales o insurrectos que aún trato yo de aplicar a la construcción del párrafo en la búsqueda del saludable ritmo.
 
Habitábamos una vieja casa de caña de dos plantas, varios dormitorios (uno por cada tío y su clan), un solo servicio sanitario completo, salita, comedor y cocina con su respetivo fogón ceniciento y con su guardafrío, -el antepasado artesanal de las neveras-, todo lo cual desembocaba en una azotea de madera donde se lavaba la ropa en tinas también de madera y cuyos segmentos nos servían para imitar las batallas aún vigentes de la 2da. Guerra Mundial que concluyó en 1945.
 
Al frente, el patio enorme fragante a pechiche y guayabas en donde la tribu de primos jugábamos a bañarnos casi en pelotas bajo un espléndido chorro de agua que horadaba el tremendo ardor tropical que decretaba la reverberante canícula.
 
En la parte baja funcionaba la tienda de abarrotes de los tíos entre un expendio de carne de res y un negocio especializado en barquillos de vainilla y en algo que se vendía como 'can de Suiza' quizás para esconder una pobre traducción ánglica del goloso 'candy' (el humilde candi o azúcar castellano) refiriéndose a melcochas comunes y corrientes que, sin embargo, aportaban sus aromas y apetito a la fiesta de colores y sabores que es la zona tórrida.
 
La madrugada del 28 de mayo de 1944, el cuartel de Artillería se levantó en armas al frente de un masivo arrebato popular, de tal modo aplastante que luego de horas de múltiples combates cruentos, una sólida concentración de militares, conscriptos y trabajadores capturaron el cuartel de policía y las siniestras mazmorras de la dictadura. El fuego no dejó piedra sobre piedra.
 
Una ametralladora había sido emplazada en el soportal de mi casa y se pasó vomitando plomo la noche entera. Me imagino contra quién pero nunca lo supe a ciencia cierta pues a un lado aún yace el parque de La Victoria, no así el cinematógrafo extinto del mismo nombre, ni los puteros que luego supe que eran propiedad de algunos capos de la dictadura arroyista.
 
Tenía entonces diez años de edad. Aún visualizo a mi padre, en piyama, con su cigarro infaltable paseándose nervioso de un lado a otro, mientras mamá más acelerada que nunca arrastraba a sus tres hijos al zaguán y nos mantuvo acostados, a punta de cocachos o coscorrones con la cabeza rígida contra  el piso de cemento mientras bailaba la balacera entre cuyas pausas se percibía un altavoz vecino alborotar a todo pulmón: 'Momposina, ven pa’ mi ranchito... Momposina, ven para quererte...'
 
De pronto un balazo se trajo al suelo a un francotirador (esto me lo contó el abuelo luego de que hiciera sus mediciones imaginarias), y el fulano cayó vertical desde el campanario del templo carmelita mientras los cabaretuchos comenzaban a arder y uno de sus propietarios con la camisa abierta saltó a la calle con una pistola humeante y también fue abatido (siguió contándome el abuelo, aunque ¿cómo captó el plano cerrado sobre el humo de la pistola? Por supuesto, su profesión de navegante de los páramos andinos le había aguzado la vista, pero ¿hasta qué punto? Sospecho que lo inventó. Sin embargo aún me estremece su alarde narrativo).
 
Un segundo balazo solitario hizo estallar en mil pedazos el altavoz cantor y a la muchacha que lo atendía. (Fue ese el momento en que murió nuestra amiguita, añadió don Aquilino, con un susurro de complicidad que años después interpreté como una referencia a la secreta preferida de uno de mis tíos, esa chica llamada ‘Momposina’. En verdad, nunca más se habló de ella en la casa... hasta hoy, en que lo hago yo desvanecido en la nostalgia).
 
Superado el miedo, mamá confesó que había actuado así, sin dejarnos levantar el rostro del pavimento del zagán penumbroso porque el abuelo, exarriero y exmontonero, liberalote de esos de finales del siglo 19 y comienzos del 20, aficionado al alcohol puro (que en Costa Rica llaman ‘guaro’) y que conservó hasta la muerte su espléndido bigote decimonónico, alguna vez había dicho que las balas aunque se disparen a ras de suelo siempre siguen una línea ascendente.
 

Cerré el álbum sin encontrar la imagen que buscaba.

sr

Enlace sugerido: Bitácora 140

Notas

Enlace sugerido: ´Del poeta y su llanto', El Universo, suplemento dominicial, Guayaquil, 8 XI 1953. (Pág.6).
 
* Este motivo del adiós a la infancia también fue tratado por Sergio en 'Del poeta y su llanto' que consta en la primera aparición pública que hizo el 'Club 7' al cual perteneció (1951-1962), en El Universo, suplemento dominical, 8 de noviembre de 1953. (Pág. 6).
** José Barros (Colombia, 1915-2007), compositor de  'Momposina'.

SR / CR, 1ra. versión, 1979-1980. / 2da. versión, 2011-2012: 20 de enero, 2011 - 8 de febrero, 2012. Resumen, 28 de mayo, 2012 (exactamente, sesenta y ocho años después de los sucesos... / Bitácora 140: CR, 20 de enero, 2011. / Bitácora 198: CR, 28 de mayo, 2012. www.sergioroman.com

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